El trayecto que tomo para ir a ver su mamá definitivamente no fue el más fácil, le llevo todo él día. No había autos, ni medios de transporte, así que tuvo que ser caminando, pero cuando salió de nuestra cuadra se dio cuenta que todo lo que había paso había tenido un gran impacto en el resto de la ciudad que prácticamente estaba destrozada.
Grandes edificios habían desaparecido y ahora solo había un motón de escombros, el pavimento de todos lados estaba roto, las tuberías se rompieron entre los temblores y las inundaciones, árboles y postes de luz estorbaban el camino haciendo imposible que una persona caminara en line recta. Los puentes del viaducto se habían derrumbado.
Los bomberos, protección civil y la cruz roja se movían tan rápido como podían para rescatar a las personas atrapadas entre los escombros y las que estaban heridas.
La mayor parte de las personas vagaban de un lugar a otro buscando como ayudar a los demás.
Había una cantidad increíble de muertos y los que aun vivían empezaban a organizarse en grupos para poder ser de utilidad sin atropellarse entre ellos.
Mi marido no pudo dejarlos pasar de largo y conforme recorría camino para llegar a casa de su mamá ayudaba conforme se fuera presentando la oportunidad.
Algunos grupos se dedicaron a buscar comida, agua y medicamentos entre los escombros de casas y edificios.
Otros preparaban la comida que iban encontrando y repartían las porciones entre los presentes.
Un grupo de señores heridos pero no de gravedad, inspeccionaban todos los medicamentos que se encontraban, eliminaban los que no servían por caducidad o por indicaciones de los mismos medicamentos, aquellos que una vez abiertos no se podían guardar mas de cierto tiempo, como se desconocía de donde provenían, eran eliminados para evitar que alguien se envenenara con ellos. Los medicamentos que si servían eran separados dependiendo de su uso y posteriormente por sustancia activa.
Un grupo de niños no mayores a 10 años buscaban y recolectaban pilas, linternas y grabadoras o radios que funcionaran con ellas.
Un grupo de señoras juntaban toda la ropa que encontraban tirada en las calles, la cortaban y cosían a manera de hacer sabanas o cobijas para cubrir a los heridos y a los ancianos.
Los hombres ayudaban a mover escombros y a construir refugios, a manera de chozas con los muchos o pocos materiales que conseguían iban armando una a una pequeñas casas de campaña improvisadas.
Los topos no se daban abasto, así que organizaron un gran grupo de voluntarios a quienes les dieron un curso rápido y sobre la marcha para que se pudiera abarcar más perímetro en menos tiempo.
Un merito que nos hubiera valido un espacio en el record Guines, en un curso de menos de 2 horas, iban saliendo graduados en salvación y rescate cuantas personas se fueran acercando con ganas de ayudar y que obviamente estuviera en condiciones de hacerlo.
La ciudad entera olía a muerte y a podredumbre. Pequeños incendios que eran ya controlados por los bomberos y los ciudadanos, extendían aun más el fétido olor que llenaba las calles.
Las películas que hablaban del fin dl mundo se habían quedado cortas, miles de personas murieron por el terremoto, algunas mas murieron ahogadas y para cerrar con broche de oro los incendios no pasaron sin dejar víctimas, también se encontraban cuerpos calcinados a causa del fuego.
Extrañamente no se veían aun, rastros de carroñeros. Increíblemente la gente estaba más preocupada por ayudar a los demás que por robar algo de las tiendas o de las casas que aun en pie se encontraban abiertas.
Mi marido pasó junto a un supermercado, los guardias arremetían contra las personas que estaban afuera impidiendo el acceso a la tienda.
Era un grupo grande personas que exigían entrar, pero los guardias aseguraban que no iban a dejar entrar a nadie porque solo iban a robar.
Un señor de edad avanzada camino hasta el policía y le explico la situación, la gente en la calle necesitaba atención y necesitaban muchas cosas, no querían robar querían tomar lo necesario para poder ayudar a la gente pero el policía no accedía.
Mi marido se acerco curioso de lo que pasaba, la gente comenzaba a desesperarse por las negativas de los policías quienes a su vez se mostraban cada vez mas nerviosos y apuntaban con sus armas a todos.
Manuel, mi marido, pregunto qué estaba pasando y alguien le dio un resumen del pleito. Manuel dio un paso al frente y llego con el policía al mando y con el señor que trataba inútilmente de hacerlo entender. Comenzó a actuar como mediador. Se puso en el lugar de ambos y logro que el policía le explicara porque no los dejaba pasar.
Le pregunto al señor que pensaba hacer con lo que quería sacar de la tienda y el señor le explico que a 4 cuadras habían montado un cuartel donde daban medicinas y alimentos a las personas damnificadas y donde se reunían los grupos de apoyo, que recolectaba todo tipo de cosas y los que estaban a cargo de hacer los refugios para las familias que habían perdido sus hogares.
Entonces mi marido propuso una solución, él entraría a la tienda junto con el señor y 2 policías y tomarían solo lo necesario.
Finalmente la tienda no era de los policías, si el dueño les decía algo podrían alegar que se trataba de una multitud enardecida que no les dio opción y se metieron por la fuerza y en realidad ellos estarían también ayudando a los demás.
Las dos partes estuvieron de acuerdo y entraron a la tienda. El señor le pidió a los policías que también ellos tomaran carritos de compra para que se tardaran menos.
Caminaron entre los pasillos, tomaron muchos sartenes, ollas, palas, cucharones, platos hondos y extendidos y todos los vasos que pudieron.
Tomaron sabanas, almohadas, cobertores y cojines. Tomaron todos los hilos y agujas que pudieron. Pasaron por el departamento de deportes y tomaron todas las casas de campaña y sleepingbags que encontraron, las lámparas de keroseno, varitas de luz neón y antorchas.
Llegaron a la formación y prácticamente la vaciaron, tomando toda clase de medicamentos y material de primeros auxilios.
Finalmente llegaron al área de alimentos, tomaron tanto cuando pudieron, comida enlatada, agua embotellada, aceite, harina, pan y tortillas de harina.
Salieron del supermercado y Manuel acompaño al señor y a la comitiva que los esperaba afuera hasta el cuartel y fueron seguidos por un pequeño grupo de policías que solo iban a inspeccionar que lo que el señor había dicho fuera cierto.
Efectivamente había una pequeña ofician montada en medio de la nada, había una mesa que servía de escritorio, un grupo de señoras sentadas alrededor que escribían en cuadernos y llevaban un inventario de todo lo que tenían.
Atrás de ellas había un par de alacenas rotas, algunos muebles con cajones y repisas y muchas cajas.
Hay llevaban el control de todo lo que recibían, todo lo que entraba y todo lo que salía desde una aspirina o una aguja con 10cm de hilo hasta cobertores o colchas.
También llevaban el control de a quien le habían dado que cosa y para que. El punto era evitar abusos de las personas pero hasta el momento no se había presentado ninguna situación así.
A un lado e su cuartel tenían montado una especie de hospital, de todos los colchones que lograron rescatar los tumbaron en la calle uno después de otro y con sabanas, mantas y lonas hicieron una especie de casa de campaña inmensa donde tenían a los heridos.
Ahí dentro había dos enfermeras que vivían por la zona y que prefirieron quedarse y atender a estos heridos, que aumentaban conforme pasaba el tiempo, que ir al hospital donde trabajaban.
Ocasionalmente un doctor de ese mismo hospital hacia rondas en aquella cas de campaña improvisada y revisaba los heridos, evaluando quienes ya podían salir y quienes tenían que ser llevados al hospital, de los demás les dejaba instrucciones a las enfermeras para que siguieran cuidándolos y prometía una nueva visita mas tarde.
Los policías dejaron las cosas y regresaron a la tienda, la gente que estaba organizando les pidió que si llegaba gente herida o con hambre al super mercado que los enviaran ahí con ellos y los asistirían.
Conmovidos prometieron dejarlos entrar en la tienda si las provisiones se terminaban.
Manuel vio como la gente tomaba el papel que le tocaba desempañar, los jóvenes seguían buscando personas entre los escombros y moviendo cosas para rescatar lo más que se pudiera utilizar, las personas mayores organizaban los víveres y medicinas, llevaban controles y atendían a los que lo necesitaba y los pequeños ayudaban a los mayores en cualquier cosa que estos necesitaran, mostrando un respeto y una obediencia como no se veía ya en las nuevas generaciones.
Mi marido continuo con su camino cada vez más cerca de casa de mi suegra, las cosas se ponían mas y mas difíciles, sin embargo era como si todos tuvieran un manual de cómo actuar, aquel grupo que había visto sacar cosas del super mercado no era el único, cada 15 o 20 kilómetros se veía otro grupo, que si bien no actuaban exactamente igual, seguían la misma lógica, los que estaban a salvo y en buenas condiciones atendían a los demás.
En el ambiente se respiraba mucho miedo pero también mucha solidaridad, no se veían disturbios, se escuchaban lamentos pero de aquellos que experimentaban dolores físicos, la gente estaba preocupada por ayudar y no por todo lo que se había perdido, casas, coches, muebles, joyas, electrodomésticos, casi todo había quedado bajo escombros y poco era rescatable.
Éramos muy pocas las personas que aun teníamos un techo donde dormir. Y mi suegra entraba en este grupo, su edificio se mantenía en pie y se veía aun mejor de lo que se veía el nuestro.
Manuel entro cauteloso, las escaleras estaban un poco rotas y los barandales retorcidos, subió hasta el departamento de mi suegra quien lo recibió con los brazos abiertos, se le fue encima y lo lleno de besos revisando que su bebé estuviera sano y salvo.
Estuvieron juntos toda la tarde, reforzaron puertas y ventanas y se quedo con ella hasta que llego mi cuñado.
Cuando la casa estuvo segura y mi cuñado en casa para proteger a mi suegra de cualquier cosa, mi marido emprendió el viaje de regreso para ver las mismas escenas que había visto de ida.
Lamentablemente nada había cambiado excepto la cantidad de muertos que cada grupo iba acumulando lejos de donde estaban los enfermos. Lo que había comenzado como un tapete de cadáveres ahora eran montañas y nadie sabía qué hacer con ellos.
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